¡Hola de nuevo!
Esta mañana, al despertarme, ha ocurrido algo que me ha emocionado. Si bien es cierto que siempre he sido muy sensible, con el paso de los años y las experiencias, uno se va haciendo "más fuerte" y menos sensiblero; pero el cáncer me ha devuelto esa sensibilidad y ahora me emociono por cosas que antes no, y también lo hago muy fácilmente (cosa que no me importa, salvo que me haya dado Rimel, que estoy deseando poder volver a hacerlo y que éste me manche el ojo porque eso significará que vuelvo a tener pestañas!!).
Como decía, esta mañana, nada más despertarme, he cogido mi móvil, he abierto Instagram y me encuentro con un carrusel de historias de una amiga mía. La foto, una que nos hicimos el sábado pasado y en la que me veo horrible. El escenario: nada del otro mundo, es donde fuimos a cenar este sábado (cenamos bien, eso sí). Y, lo más importante: la inmortalización de ese momento, por todos los que no hemos tenido durante algo más de 20 años.
La gente me dice que estoy muy bien, que no se me notan nada los efectos del cáncer (evidentemente si voy con mi peluca de pelo rizado), pero yo no me veo así. Total, como tampoco puedo hacer mucho más, pues ahí quedó la foto para la posteridad. Me queda pensar que cuando me recupere del todo veré esa foto (y alguna que otra más) y diré: "y me decíais que estaba bien, eh? Mentirosillos... Ahora sí estoy bien"... jajaja.
Aída y yo nos conocimos en nuestra adolescencia. Fuimos muy buenas amigas, de esas que todos los días quedan para verse, pasan mucho tiempo juntas y se cuentan sus confidencias. Hoy en día yo no veo a los chavales con el nivel de amistad que nosotros teníamos entonces. Hay algo que se ha perdido, pero no me voy a enrollar con eso, que no es tema de este post. Decía que la vida nos llevó por distintos caminos cuando terminamos nuestras carreras y nunca más volvimos a vernos.
Un día, alguien me escribe por instagram desde una cuenta de costura. Después de alguna pregunta me dice que es ella y yo automáticamente la reconozco (en mi vida he vuelto a conocer a nadie que se llame Aída, más que a ella). ¡No podía creerlo! Tampoco sé cómo instagram le llevó hasta mí pero ahí estaba y, por todo lo que publico, sabía que estaba inmersa en un proceso de cáncer. Comenzamos a hablar (ya me pasó su cuenta personal) y comentamos la posibilidad de volver a vernos, después de tantos años.
Yo he tardado bastante en poder volver a quedar con amigos. Aunque a día de hoy (9/5/22) el cáncer no está, me ha dejado una gran secuela en forma de ciática en la pierna izquierda, que me impide hacer muchas cosas. Me tuvo como un mes en cama . He ido mejorando gracias a medicación e infiltraciones, pero tampoco como para poder hacer una "vida normal" (espero que "todavía").
Un buen día volvimos a vernos. Fue muy emocionante. Ambas nos reconocimos como si "no hubiéramos cambiado nada". Tomamos algo, nos pusimos al día... y este sábado pasado volvimos a quedar. ¿Me dolía la pierna? Sí, pero no era "impeditivo". Siempre estoy con dolor, lo que varía es la intensidad del mismo por lo que, si no es muy intenso, hago el plan que sea.
Salimos a cenar a un sitio que ninguna conocía. Cuando me tuve que levantar para ir al baño empecé a notar un intenso dolor que me dificultó mucho poder llegar al mismo. Al rato decidimos volver a casa. Ahí el dolor era mayor. Por fin llegué a mi habitación, no sin antes subir las insufribles escaleras que me separan de ella y cuando pude tumbarme en la cama, respiré de alivio. Tumbada es la única postura en la que no me duele la pierna (¡pero no voy a vivir tumbada!).
En fin, retomando con lo que venía contando, durante estos casi dos años que llevo con el cáncer han reaparecido en mi vida personas de mi adolescencia. Personas que fueron muy importantes en esos momentos e incluso me atrevería a decir que de cierta manera la marcaron. Esas personas que reaparecen como por arte de magia empiezan nuevamente a ocupar un sitio en mi nueva vida de 20 años después, convirtiéndose nuevamente en "importantes".
Creo que el cáncer hace una criba en la vida de uno similar a la que suele ocurrir cuando te divorcias. Hay personas que se van y otras que vuelven. Y todo eso está bien. Todo es perfecto y, además, es lo que tiene que ser.
Durante mi primer tratamiento ocurrió lo mismo. Fueron mis amigos (algunos de esta etapa de mi vida y otros de los que "reaparecieron") los que me llevaban diariamente al hospital a recibir la radioterapia y la quimioterapia. Para mí, eso fue muy importante, me ayudó mucho a llevar la situación lo mejor posible. No es lo mismo ir con tus familiares, a que te lleve una amigo/a al hospital. Incluso había veces que me olvidaba de donde íbamos y el motivo por el cual lo hacíamos. No me voy a extender en esto porque forma parte de lo que cuento en mi segundo libro "Cáncer de útero. Mi paréntesis vital". Pero solamente puedo decir que me siento afortunada por el hecho de que todos ellos, de alguna u otra forma, hayan formado parte de mi curación y bienestar (tanto físico como emocional). Me nutrieron y ahora yo puedo nutrir a otros que deben transitar por donde yo lo hice. Todos estamos conectados.
Aída ha aparecido en mi tercer combate. Me nutre con su presencia, conversaciones y apoyo. Siempre bienvenida esa ayuda que, a su vez me sirve a mí de aprendizaje para recordarme que por muy fuerte que uno sea, siempre va a haber una situación donde la vida te ponga de rodillas y tú te des cuenta de lo pequeñito que eres. Todos necesitamos a los demás porque los unos nos nutrimos de los otros. "¡Lección aprendida, Vida!"
Os dejo con la dedicatoria de mi amiga que tanto me ha emocionado esta mañana.
¡Un beso!
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¡Muchas gracias!
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Raquel Aldavero